Feliz 2020 y próspero 2022

El próximo 31 de diciembre se termina el 2021, pero no el 2020. El año 2020 continuará acompañándonos una buena temporada. Comenzó el 1 de enero de hace casi dos años y no parece que vaya a terminarse nunca. La pandemia ha provocado que desborde sus cauces naturales.

No debería sorprendernos. Las etapas políticas y sociales se acomodan regular al calendario. El siglo XX, por ejemplo, comenzó en el año 1914, con el estallido de la I Guerra Mundial, y terminó a finales de los 80, comienzos de los 90, con la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética. Fue, en palabras del historiador Eric Hobsbawn, un siglo corto.

El final del siglo pasado coincidió con lo que Francis Fukuyama identificó con el fin de la Historia con “H” mayúscula. La democracia liberal no sólo se impuso en Occidente, sino que, además, se borró del mapa la posibilidad de cualquier alternativa ideológica. Tras la derrota del comunismo y del fascismo, alcanzamos una forma de autogobierno que no admitía ninguna discusión fuera de los espacios académicos.

No obstante, ni el fin del siglo XX ni el fin de la Historia dieron paso al siglo XXI. La década de los 90 fue una época de transición dominada por el ensimismamiento capitalista. Las grandes ideologías desaparecieron y su lugar fue ocupado por las grandes marcas. Dejamos de protagonizar los acontecimientos que se narran en los documentales del Canal Historia y nos convertimos en las estrellas de los videoclips de la MTV.

Los años 90 y todo lo que significaron llegaron a su fin el 11 de septiembre de 2001. El primer avión despertó al planeta del ensueño y el segundo confirmó que la pesadilla era real. El atentado devolvió a Occidente un sentimiento de fragilidad e incertidumbre que pensaba haber desterrado para siempre en los baúles de la Historia. En contra de nuestra voluntad, nos vimos obligados a reconocer que no vivíamos en una comedia de situación americana en la que todo se resetea al final de cada capítulo. El mundo era -siempre lo había sido- un escenario hostil. Comenzó entonces un proceso de repolitización global que marcó profundamente a la generación nacida en la década de los 80.

Fueron precisamente los millennials los que, poco después, en la década de 2010, motivaron la aparición de movimientos populares alrededor del globo. En España, su concreción más relevante se produjo en las concentraciones del 15-M. La respuesta ciudadana a la crisis (económica, pero también política y territorial) puso de manifiesto la distancia inmensa que separaba a los representantes institucionales de la gente común.

Podemos y Ciudadanos (que ya operaba en clave autonómica) irrumpieron entonces en el panorama político nacional con la intención de satisfacer las demandas expresadas en las plazas. Su éxito inicial fue fulgurante, pero su atractivo pronto empezó a declinar. Ciudadanos se encuentra ahora al borde mismo de la extinción y Podemos depende de su capacidad para confeccionar un nuevo liderazgo carismático.

En este contexto llegamos, ¡por fin!, al largo 2020. En marzo del año pasado, el Covid nos obligó a confinarnos y a alterar todas y cada una de nuestras rutinas personales y laborales. Nuestras vidas cambiaron drásticamente de una semana para otra, con los consiguientes efectos políticos, sociales y, por supuesto, económicos. En los últimos años se ha producido un repunte del populismo reaccionario, han aumentado los problemas de salud mental y se ha disparado la desigualdad entre ricos y pobres. Se comprende, de esta manera, que la figura del Joker y de su contrapartida femenina, Harley Quinn, sean hoy tan populares: cada vez hay más hombres y mujeres que sólo quieren ver cómo el mundo arde a su alrededor. Nuestro peor enemigo ya no es -como en el siglo XX- un adversario ideológico, sino que somos nosotros mismos.

¿Qué podemos hacer para superar esta situación y dar por finiquitado de una santa vez el 2020? Teniendo en cuenta que el año ha estado marcado por la pandemia, sólo seremos capaces de avanzar cuando derrotemos al virus. Hay, por lo tanto, dos alternativas. O bien conseguimos que el Covid desaparezca de la faz de la Tierra o bien aprendemos a convivir con él, como hemos aprendido a convivir con muchas otras enfermedades a lo largo de la Historia.

Ambas opciones presentan complicaciones, la primera por razones técnicas -hemos conseguido paliar los peores síntomas del virus, pero no reducir el número de contagios- y la segunda por cuestiones políticas. En vez de llevar a cabo acciones costosas, pero efectivas, como reforzar la atención primaria, aumentar los rastreos y facilitar los tests de antígenos, los gobiernos de todos los colores han optado por medidas cosméticas, como retomar la obligación de llevar mascarilla por la calle o establecer toques de queda de madrugada. Sus decisiones no sólo carecen de aval científico, sino que además corren el riesgo de ser contraproducentes al restringir las libertades de una ciudadanía cada vez más cansada.

Así las cosas, cabe suponer que viviremos atrapados en el 2020 durante mucho más tiempo, como si fuéramos Bill Murray en la película de la marmota pitonisa. Conviene asumirlo con estoicismo y adaptarse tratando de mantener el buen humor y matizando incluso nuestros mejores deseos.

Feliz 2020 a todos y un próspero 2022.