
Pactar con el diablo
El pasado 18 de enero Microsoft comunicó que había alcanzado un acuerdo para adquirir Activision Blizzard por 68.700 millones de dólares, provocando un terremoto comercial cuyas réplicas nos acompañarán durante las próximas décadas.
La compra -que debe ser aprobada por los organismos reguladores que velan para que no se lleven a cabo prácticas monopolísticas- convertiría a Microsoft en la tercera empresa más importante de la industria de los videojuegos en volumen de ingresos, sólo por detrás de Sony y de la multinacional china Tencent. Si todo avanza según lo previsto, la adquisición se consumará en junio de 2023.
La compra de Activision Blizzard constituye el movimiento más ambicioso de la historia de Microsoft, lo que demuestra su compromiso con los videojuegos y su voluntad de situarlos en el centro de su estrategia comercial. La adquisición supera con creces el desembolso que la compañía de Redmond realizó para hacerse con LinkedIn (26.000 millones de dólares), Nuance (19.700 millones) y Github (7.500 millones). Supera, asimismo, los 7.500 millones pagados recientemente por ZeniMax (propietaria de Bethesda).
Cabe esperar que la compra de Activision Blizzard tenga un impacto formidable en el mundo del entretenimiento digital, así como en el de la tecnología. Si los mejores augurios se cumplen, es posible, incluso, que el negocio redunde muy positivamente en la defensa de los derechos de los trabajadores que forman parte de la industria de los videojuegos.
Comencemos por lo evidente. Al sumar los juegos de Activision Blizzard al catálogo de Microsoft, Xbox pasa a contar con algunos de los títulos más exitosos del mercado (Call of Duty, World of Warcraft, Candy Crush…). Los juegos estarán desde el primer día en la plataforma de suscripción de Xbox, el Xbox Game Pass, lo que permitirá a la compañía profundizar en el cambio de modelo de negocio que lleva años ensayando.
Su objetivo a medio y largo plazo no es tanto que los usuarios compren sus videoconsolas y videojuegos como que se suscriban a su plataforma, de tal modo que puedan jugar desde cualquier lugar y desde cualquier dispositivo. Su estrategia podría tener -está teniendo ya- una enorme influencia en cómo se consumen los videojuegos y en qué tipo de títulos se desarrollan. Las garantías económicas que la plataforma ofrece a los creadores están favoreciendo que un público cada vez más masivo brinde su confianza a juegos pequeños y arriesgados como, por ejemplo, Unpacking.
Más allá de los videojuegos, el CEO de Microsoft, Satya Nadella, ha subrayado que la compra de Activision Blizzard servirá para reforzar la apuesta de la empresa por el metaverso. A pesar de que el directivo no ha precisado mucho más, tiene sentido que, efectivamente, una parte de los recursos humanos y tecnológicos adquiridos se empleen en la confección del nuevo mundo virtual del que todo el mundo habla, pero que poca gente concreta. No obstante, todavía es muy pronto para saber en qué se traducirá esto. Es posible que ni siquiera Nadella lo tenga muy claro y que sus palabras hayan sido, en gran medida, un mensaje para tranquilizar a sus accionistas: “Nosotros también tenemos el metaverso en mente. No os preocupéis. Zuckerberg no nos va a comer la tostada”.
Ahora bien, la adquisición de Activision Blizzard va a suponer un importante quebradero de cabeza para Microsoft y, en particular, para Phil Spencer, responsable del área de videojuegos. Hace apenas tres meses, el Wall Street Journal reveló que el CEO de Activision Blizzard, Bobby Kotick, había tolerado y encubierto los abusos sexuales que se habían producido en el seno de su compañía. Cuando saltó la noticia, los principales directivos de las empresas de videojuegos -entre ellos, Phil Spencer- manifestaron públicamente que iban a reevaluar sus relaciones comerciales con la empresa desarrolladora. Al comprar Activision Blizzard, Microsoft ha accedido a pactar con el diablo. Le corresponde ahora encontrar la manera de purgar sus pecados.
Ante esta situación, la primera pregunta es obvia: ¿qué pasará ahora con Bobby Kotick? El directivo permanecerá en su puesto hasta, por lo menos, junio de 2023. A partir de entonces, se espera que abandone la compañía con una generosa compensación que puede rondar los 400 millones de dólares. En ese momento, Phil Spencer tomará las riendas de Activision Blizzard y tendrá que demostrar que es posible salvar a la compañía de los demonios internos que casi se la llevan por delante.
Así las cosas, la última adquisición de Microsoft es relevante, sin duda, por lo que puede suponer para el mundo de los videojuegos y su modelo de negocio; también por el empujón que puede proporcionar al metaverso. Sin embargo, lo más importante es que puede contribuir a limpiar una parte de la industria tecnológica del machismo y los abusos sistemáticos que, durante demasiado tiempo, ha tolerado en silencio. Es una lástima que para dar pasos en la dirección correcta haya que pactar con el diablo, pero, si permite salvar a los trabajadores del infierno, es un acuerdo que bien merece el sacrificio.