Lo más loco

Lo más loco es pensar en la Historia sin la variable de dominación. La prevalencia sobre otros pueblos resume el devenir de los imperios. Lo más loco sería poner el rol de Imperio a la altura del patriarcado tóxico. Cuando todos empezamos a consensuar el alcance educado de la masculinidad (pe. No está bien que Will Smith vengue el insulto a su esposa con una bofetada) seguimos asumiendo la inevitabilidad de un mundo de bloques organizado en torno a la violencia. Disuasoria o manifiesta, la violencia como herramienta de socialización geopolítica no debiera ser la brújula de las naciones o las supra naciones en el siglo XXI.

El planeta se queda pequeño. Somos muchos, mal repartidos y peor avenidos. El planeta está como enfurruñado. Si calentamiento, si deshielo, si sequía, si microondas solares. Empieza a dar sensación de fin de ciclo. Y además con el consabido: no eres tú, soy yo. Lo más loco sería pensar que la disputa por la hegemonía de esa pequeña piedra cósmica es absurda. A ver: mientras se nos cuartean las ideas por falta de agua ¿qué idioma vamos a acuñar como universal? Ni siquiera enuncio alguno a modo de propuesta. Sería una locura. Pero ahí estamos, debatiendo si hacemos dos porciones, tres o cuatro de la pizza planetaria.

Lo simpático en este reparto no es el alcance en disputa: USA y China, tal vez Rusia, tal vez la Unión Europea. Lo más chusco es que el resto del mundo ni se contempla como opción de futuro. Nos resignamos a que Black Panther no va a dar la cara por África desde Wakanda. Que el paradigma del macho de la frontera, Cocodrilo Dundee, no es capaz de sacudir a Oceanía de la estela británica. Y, por supuesto, que Bolívar verá pasar otro siglo -y ya serán tres- sin que la tierra de promisión sea otra cosa que el patio de atrás de la América anglosajona o un arrabal de la China hegemónica. Porque lo más loco sería pensar en esos espacios del planeta como referentes de desarrollo social y económico.

Siempre me ha fascinado la locura. Donde la mayoría interpreta delirio amenazante o, al menos, molesto, yo intuyo una realidad paralela, hasta visionaria. Lo más loco sería que los locos gobernaran. Pero los locos de verdad. Los que son capaces de ver más allá de la estricta disputa de poder. Cuando llamamos loco a Putin por invadir Ucrania, por bombardear a civiles o por amenazar con el botón nuclear no hacemos justicia a la locura. En todo caso, Putin es un caso extremo de cordura dominante. Todas sus acciones se registran dentro de la lógica de la geopolítica global de dominación. Peor aún: de la lógica de Estado. Lo más loco sería que liderara la construcción de una Europa superlativa desde la paz, el diálogo y la prosperidad. Y hasta eso, no sería tan locura. La locura extrema sería hacerlo sin afán de competir con USA o China. Haciéndoles ver a ambos las bondades de la locura. No creo que estemos tan locos como para entendernos sin que medien unas buenas bofetadas. De hecho, somos víctimas de la razón que rechaza la violencia, pero que periódicamente sucumbe seducida por la misma. Además, con el mantra: se veía venir, como hacemos ahora con Ucrania. Se veía venir. Era inevitable. Eso nos obliga a situar la última esperanza de lo más loco en las estrellas. Lo más loco para unir a la humanidad sería realmente una amenaza del espacio exterior. O sea, una invasión extraterrestre tipo Independence Day, pero con banderas de la ONU. Ese supuesto podría dar sentido a lo mejor, a lo más loco que llevamos dentro. Pero seamos honestos, quién se va a creer que eso pueda suceder en una realidad tan cuerda como la que nos acompaña desde 2020. Sería de locos.