Libertad como pulpo

“A mí me sorprende que un católico que habla español hable así a su vez de un legado como el nuestro, que fue llevar precisamente el español, y a través de las misiones, el catolicismo y, por tanto, la civilización y la libertad al continente americano”. El entrecomillado es largo, pero es que una respuesta al Papa bien lo merece. En su contraprogramación made in USA a Pablo Casado, la presidenta de la Comunidad de Madrid no ha dejado títere con cabeza. Hay mucho donde elegir. Personalmente me decanto por el legado de libertad.

La premisa de “Comunismo o Libertad” ilustra el excelente olfato político de Díaz Ayuso. Sucede que cuando llevas una buena idea al exceso es probable que derrapes. Y así sucede con el legado de libertad en América que gloso en una pequeña cronología:

En 1510, Fernando el Católico aprueba el envío de 350 esclavos negros para las minas de La Española (actual Santo Domingo). Diez años más tarde se impone el sistema de encomiendas, por el que los indígenas americanos eran encomendados a trabajar obligatoriamente para los españoles. El sistema de encomiendas se prolongó hasta 1791. Entre medias, España tuvo el dudoso honor de inaugurar -aunque fuera de manera indirecta- la entrada de esclavos en Estados Unidos en 1619. El barco negrero San Juan Bautista llevaba 60 esclavos africanos a Veracruz, pero fue abordado por corsarios británicos que finalmente desviaron la “carga superviviente” a Virginia. En España, la esclavitud fue abolida formalmente en 1837, pero en territorios de ultramar como Puerto Rico o Cuba la esclavitud se mantuvo hasta 1873 y 1886 respectivamente. 

Es imposible resumir más la estrecha relación histórica de nuestro país con la esclavitud. Es cierto que contamos con Bartolomé de las Casas, con la bula Sublimis Deus y con el entusiasmo de otros muchos países -incluidas nuestras colonias ya independizadas- por la esclavitud para maquillar nuestra participación en este comercio humano. Hay matices, por supuesto (aceptamos pulpo como animal de compañía). Pero ninguno es capaz de paliar el exabrupto oportunista sobre el legado de libertad. Y es que la libertad acodada a la barra del bar es una ínfima licencia de lo que representa la libertad como derecho fundamental.