El sector del turismo genera uno de cada diez empleos en el mundo. Su recuperación es clave para la reactivación económica post pandemia. De hecho, el sector es consciente de la necesidad de evolucionar hacia postulados como la sostenibilidad o la transformación digital. En fin, ese futuro común por el que luchamos todos. Hay una singularidad que merece reflexión, un turismo especial que se ha añadido a la fiesta que arranca con el aparente control del COVID: el turismo espacial. 

Los ricos de los ricos han corrido hacia sus naves espaciales y se han dado un paseo por las estrellas iniciando lo que temo se convertirá en moda obligada para el que quiera sumarse al super exclusivo club de campo de la luna. Hay poco que decir sobre cómo generar dinero y menos sobre cómo gastarlo. Son las reglas de juego del mundo en el que vivimos.

Ahora bien, esa fascinación de quien sale al espacio para echarle un vistazo al planeta azul en el que vive me parece singular. Como especie hemos crecido ante la sobrecogedora visión del infinito. Como decía Confucio: las estrellas son agujeros por los que se filtra la luz del infinito. Y esa mirada hacia afuera, hacia el más allá del horizonte galáctico ha sembrado la semilla de la superación de los humanos que somos. No sé si de los humanos que seremos.

La humildad grandiosa del pequeño ser que pregunta al infinito da paso al del hombre que deposita su grandeza en paseos espaciales. Tengo la sensación de que el cambio de perspectiva nos aleja de nuestro origen. Aquel que Carl Sagan resumía diciendo que somos materia de estrellas que piensa sobre las estrellas. La forma de mirar determina la forma de vivir.

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