Adiós con la manita

Cuídate de los inventores que crean ingenios y subyugan a los hombres. Apuesto por una cita de estas características cuando en los siglos venideros se hable de Elon Musk posiblemente ante su cuerpo criogenizado. Esta semana Musk ha roto la banca de las plataformas tecnológicas y ha lanzado un ultimátum a la razón y a la verdad. Le han bastado 44.000 millones de dólares. Con este dinero tangible se ha hecho con uno de los intangibles más poderosos de la sociedad actual: Twitter.

Quién conozca un poco la biografía de Musk sabe que es una mezcla de genio seductor, chico malo y lenguaraz. Lo de filántropo -tipo Bill Gates- todavía no le ha llegado. Su perfil de anarquista de derechas le abrió los brazos de Donald Trump con el que siempre ha tenido buen rollo y le ha hecho enemigo irredento de Joe Biden al que poco menos considera un peligroso comunista.

Musk es un super rico con una relación compleja con la parte laboral. Sus broncas con los operarios de la cadena de montaje de Tesla por temas como las vacaciones, las enfermedades profesionales o los salarios dignos van a la par de la alergia que generan los movimientos sindicales en Estados Unidos.

Creo que, a diferencia de otros super ricos, a Musk le pierde el protagonismo. Es el perejil de cualquier salsa que se precie. Ataca a Putin por invadir Ucrania. Mantiene sólidas relaciones con el Partido Comunista Chino. Y entre medias, aconseja a España que se convierta en la batería solar de Europa.

Hay quien se ha mostrado sorprendido por su movimiento por hacerse con Twitter. No lo entiendo. En mi opinión, lo sorprendente es que no lo haya hecho antes. En primer lugar, su afición de opinador compulsivo y de agitador de tuits es conocida por todos. En segundo, es un hombre con una misión. Ahí tengo que confesar que se me escapa cuál en concreto. Pero la tiene. O al menos, lo cree.

Se ha hecho con Twitter prometiendo una libertad de expresión en su máxima potencia. Se acabaron los controles sobre lo que se dice y cómo se dice. La plataforma abrirá sus puertas de par en par a la ocurrencia de los hombres. A los boots no. A estos ha prometido borrarlos del mapa.

Hasta ahora Twitter ya ha sido un poco como duelo en OK Corral. Me imagino lo que viene y vislumbro una larga temporada de tornados. Nunca he sido muy de Twitter, siempre he estado por cuestiones de interpretación profesional, pero todo tiene un límite. La libertad de Musk es superlativa. La mía es más pequeña, pero también disfruta del libre albedrío. La mía tiene un recorrido corto, pero suficiente para decir adiós, adiós. Me bajo de ese tren antes de llegue a la estación del todo vale. Niño, di adiós con la manita. Y lo repito: adiós, adiós.