Adictos a la catástrofe
Al comienzo de El 18 de brumario de Luis Bonaparte, Marx nos advierte de que la Historia se produce dos veces, “la primera como tragedia, la segunda como farsa”. No obstante, hay ocasiones en las que la parodia se empeña en anticiparse al drama.
Los “preppers” han sido, hasta hace muy poco, un chiste recurrente en la prensa internacional. El público no se tomaba en serio a ese grupo de gente que construye búnkeres y entrena para enfrentarse a las grandes catástrofes. Ahora, las cosas han cambiado. Los “preppers” son tan frecuentes en las noticias que incluso la Fundeu ha tenido que pronunciarse para que, por favor, nos refiramos a ellos con el palabro castellano “preparacionistas”.
Según Bradley Garrett -geógrafo social del Univesity College de Dublín y autor del libro Bunker: Building for the End Times-, en el año 2020 había más de 20 millones de personas que simpatizaban con el preparacionismo. Cabe esperar que la cifra continúe aumentando con el paso del tiempo, sobre todo después de que Austria haya decidido convertirse en el primer país preparacionista de Europa.
Recientemente, la ministra de Defensa austriaca, Kaludia Tanner, advirtió de que “la cuestión no es si habrá un gran apagón, sino cuándo”. Se trata, en su opinión, de “un peligro real, pero subestimado”. Por este motivo, el gobierno ha iniciado una campaña de información en la que se indica “qué hacer cuando todo se para”. Sus guías prácticas son muy semejantes a las que podemos encontrar en webs preparacionistas como www.preppers-spain.com. El preparacionismo ya no es un alivio cómico en el apartado de curiosidades de la prensa, sino un asunto de estado que involucra a los gobiernos y al conjunto de la ciudadanía.
A juicio de los expertos, los riesgos de que se produzca un gran apagón son, en realidad, muy bajos, pero, después de una pandemia global, es complicado ser optimista. El Covid ha afectado a nuestra capacidad de ponderar los acontecimientos con sangre fría. Las pasiones tristes han ganado mucho terreno a lo largo de los últimos años y es posible que el asunto continúe agravándose. Nos hemos vuelto adictos a anticipar catástrofes.
Al finalizar el confinamiento, muchas personas confiaban en que produciría una vuelta a la rutina más o menos acelerada. No obstante, la realidad es tozuda e insiste en dejar secuelas. Seguimos llevando mascarillas, manteniendo distancias y contando el número de infectados. Así, es normal que el pesimismo comience a hacer mella en nosotros y que empecemos a sospechar que la vieja querida normalidad no va a volver a nunca. Por nuestro propio bien, deberíamos aprender a vivir con ello.
La peor parte del apocalipsis es que el día siguiente es día laborable. El (viejo) mundo se acaba, pero nosotros tenemos que seguir adelante con nuestras vidas. Ése es el auténtico desafío.